Hoy, queridos amigos, voy a hablaros de la vocación: un término que usamos a menudo torticeramente o, en el mejor de los casos, sin saber bien a lo que nos estamos refiriendo. Basta con leer algunos comentarios a mi artículo de anteayer sobre los problemas de médicos y enfermeras en la Sanidad Pública española para darse cuenta de que muchas personas ignoran lo que verdaderamente significa la palabra “vocación”. Confunden “vocación” con “sumisión”, y eso sólo sería posible si nos pagasen un complemento de esclavitud. Pero mejor no dar ideas.
“Vocación” viene del verbo latino <vocare>, que significa LLAMAR. La vocación, así entendida, es una especie de “llamada”. Es como si “alguien” con un micrófono invisible (digamos Dios, los dioses, el destino, las musas, tu familia, tus amigos, tus maestros o el espíritu de tus antepasados) te susurrase en la oreja el deseo de dedicarte a “algo” en la vida, y no necesariamente a “algo” de tipo religioso o altruista. Insisto en esto.
Se puede tener vocación para hacerte sacerdote (oyes la llamada de Dios), o médico (oyes la llamada normalmente de tu padre, que también es médico), o abogado (oyes la llamada normalmente del bufete que te espera), o músico pop (oyes la llamada de los porros), o político (oyes la llamada de tu cuñao concejal), etcétera, etcétera, etcétera.
Perdona la broma anterior, pero quiero que se me entienda bien: la vocación no es más que una llamada inicial para dedicarte algo. Y esa llamada inicial te hace seguir un camino que puede ser luego juzgado por ti como acertado o desacertado: de ahí que tantos sacerdotes cuelguen la sotana. O lo que es peor: que se la remanguen si ven unas faldas.
Vocacional puede ser cualquier oficio o profesión: maestro, médico, enfermera, torero, músico, payaso, campesino, militar, pastor, fontanero, político, pintor, sacerdote, veterinario, monja, albañil, humorista, cantaor de flamenco, etcétera. Camarón, por ejemplo, (¡qué grande el tío!) tenía la vocación flamenca que le metió en la sangre su madre María, gitana cantaora donde las haya. Lo que sucede es que en nuestra tradición judeocristiana hemos acabado por equiparar la vocación como “llamada a cualquier profesión u oficio” (que es la acepción original del término) a la vocación como “llamada de SERVICIO PÚBLICO ALTRUISTA”. Y eso es falso. Insisto: no sólo los curas, los maestros, los militares, las enfermeras y los médicos son vocacionales. Como he dicho, cualquier profesión u oficio lo puede ser. Más aún: todos conocemos a músicos, ganaderos, actores o ebanistas con mucha más vocación en sus respectivos oficios que algunos médicos o sacerdotes en los suyos.
Dicho esto, admitiré pulpo como animal de compañía: convendré con mis lectores que para hacerte médico has de tener una buena dosis de deseo de ayudar a los demás, y una curiosidad casi innata de saber la diferencia entre el páncreas y la próstata, o entre el sexo genético masculino y el sexo genético femenino (que por cierto, según el nuevo Catecismo de Irene Montero es ninguna).
Y admitido pulpo como animal de compañía, reconocido el hecho de que te gustaba de pequeño el funcionamiento del cuerpo humano gracias a la serie de dibujos animados “Érase una vez la vida”, constatado que estudiabas la carrera de medicina para servir al prójimo y no sólo para ganarte la vida (que también), explicaré en estos momentos al lector (por primera y espero que última vez) en qué NO consiste la vocación:
1-Que tengas que desarrollar tu profesión en un país o territorio concreto no forma parte de la vocación. Eso es cosa de misioneros, no de médicos. En todos los sitios del Planeta Tierra hay enfermos que atender, personas que necesitan tus cuidados. La vocación médica y enfermera, sin ningún cargo de conciencia, se puede desarrollar plenamente donde te paguen mejor, donde tengas los contratos más largos, donde te cuiden más, donde no te falten el respeto o donde directamente te salga de los ovarios. Así de sencillo.
2-Que tengas que quedarte en España a toda costa no forma parte de la vocación. Vale el razonamiento anterior, pero añadiré otro: un médico, o un fontanero, o un albañil, no tiene que ser forzosamente un “patriota”. El patriotismo mal entendido (aguantar carretas y carretones para quedarte en España) ni tiene que ver con la vocación ni con Cristo que lo fundó. En todo caso, tiene que ver con el masoquismo.
3-Que tengas que aguantar insultos o bofetadas de los pacientes no forma parte de la vocación. Eso no está en la vocación de médico ni en la de ninguna profesión u oficio que yo conozca, salvo en la de mártir o en la de esclavo.
4-Que tengamos que soportar a jefes y jefecillos con poco más que el graduado escolar no forma parte de la vocación. Eso tampoco lo decía “la voz” que nos “llamaba” desde las alturas. Aguantar a pelagatos indeseables, a comisarios políticos y a ignorantes mediocridades no figura en el “contrato vocacional” de nadie, salvo que seas tertuliano de Telecinco. Qué mala rima, por Dios.
5-Que tengas que soportar un salario no acorde a tus conocimientos y habilidades no forma parte de la vocación. Tener vocación (con v) no significa carecer de bocación (con b), que es la pura necesidad de mantener varias bocas (en mi caso cuatro, contando la mía). Sí, sí. Sé que te parece que ganamos muchísimo para lo poco que hacemos. Pero no hay problema: el plazo de matrícula en la Facultad de Medicina está abierto hasta septiembre. Te esperamos en la profesión.
Y por todo eso que he dicho, escribí mi artículo de anteayer. Por eso mi llamada a que las nuevas generaciones de médicos y enfermeras vocacionales no se queden aquí a soportar lo insoportable: que se larguen adonde les quieran más y les paguen mejor. A la China, si es preciso. Y eso no es invento mío, ni de ahora: ya se han largado 30.000 médicos en los últimos diez años. Repito con letras: treinta mil. Y los que esperan billete.
Estamos en un momento crucial: se están repartiendo los fondos europeos para la reconstrucción del país, y posiblemente todo se irá en ladrillo y en absurdos chiringuitos de cuñaos. Yo lo vengo diciendo desde hace un lustro: para levantar de nuevo la Sanidad Pública ya no sirven las huelgas locales, ni los panfletos, ni las manifestaciones, ni las pancartas, ni los paros testimoniales, ni las concentraciones a las puertas de los Centros cuando agreden a un sanitario, ni los escritos de protesta a los gerentes, ni las reuniones con políticos, ni las plataformas Basta Ya, ni las mareas blancas, ni los Colegios Profesionales. Nada de eso sirve ahora para arreglar lo público. Hay que pasar esa página. Sólo sirven las dimisiones masivas y simultáneas de los cargos intermedios: directores de Centros de Salud, adjuntos de enfermería, supervisores de planta y jefes de servicio. Sólo sirven las dimisiones masivas y simultáneas de los tutores MIR de Primaria y de Hospitales. Y sólo sirve la certeza de que, por muchos médicos y enfermeras que se formen en España, acabarán ejerciendo en otro país donde los traten mejor. Sólo esa espada de Damocles, sólo ese exilio sumado a las masivas jubilaciones y prejubilaciones de la generación del baby-boom, harán que muchos muevan por fin sus culos de sus cómodos asientos de despacho. Porque mientras que los políticos que toman las grandes decisiones y reparten los fondos europeos no entiendan lo que acabo de publicar (e incluso lo sufran en sus carnes y en carnes de sus familiares)… no habrá pañitos calientes que puedan resucitar a la moribunda Sanidad Pública Española.
Yo, me voy. Con la cabeza bien alta, pero me voy.
¿Y tú?
Firmado:
Juan Manuel Jiménez Muñoz.
Médico.
